El envejecimiento junto con la visión, las capacidades auditivas y motrices son las que presentan modificaciones suficientemente importantes como para estudiar su influencia en el entorno de trabajo.
La capacidad musculoesquelética muestra importantes cambios durante el transcurso de los años.
Se considera que la fuerza muscular alcanza sus máximos valores a finales de la veintena, comenzando, a partir de aquí, a reducirse paulatinamente, pudiendo llegar a significar el decremento de la fuerza muscular un 25% a los 60 años respecto a los 20 años.
Se ha discutido si los decrementos de la fuerza muscular son lineales o no, pero, lo que es evidente y común a todos los estudios es que la capacidad funcional de las personas declina con la edad y que, por término medio y haciendo una aproximación, se sitúa alrededor de un 1 % anual a partir de los 30 años.
El declive de la tasa de la fortaleza muscular durante el envejecimiento no es igual para todos los músculos del aparato locomotor, debido a los efectos de las distintas prácticas y ejercicios de la vida cotidiana y a diferencias en variables estructurales como el tipo de células dominantes entre músculos.
Además, con el incremento de la edad se ve afectada la masa muscular, sufriendo ésta un decremento en la medida que también lo hacen las fibras musculares, tanto en el número de ellas como en su tamaño. La reducción de la masa muscular trae consigo una pérdida de capacidad del sistema cardiovascular que transporta a los músculos el oxígeno que éstos necesitan.
Las funciones de la mano y muñeca se consideran importantes en la medida que afectan a la capacidad para desarrollar conductas muy habituales, como el asimiento y uso de herramientas y máquinas, la manipulación de productos, controles... Con la edad no sólo se ve afectada la fuerza que puede desarrollar la mano, sino también otros aspectos que condicionan la funcionalidad genérica de la mano, como son la precisión, la coordinación, la sensibilidad y la movilidad.
Se produce con la edad una disminución, además de la cantidad de fuerza que puede ejercerse cuando se sujeta algo con la mano, en la duración de los asimientos, es decir, en el tiempo durante el que es posible mantener esa misma presión.
A medida que se envejece, las dimensiones corporales sufren cambios. En general, existe escasez de datos antropométricos de gente de edad avanzada, en especial de medidas antropométricas funcionales.
En edades avanzadas hay una pérdida importante de fibra, lo que genera alteraciones anatómicas y musculares.
Los cambios en el tamaño corporal tienen implicaciones para el diseño de puestos de trabajo pero además han de considerarse otros aspectos interelacionados.
Por ejemplo, el posicionamiento óptimo de las pantallas de visualización debe ser diferente para la gente de edad avanzada, tanto por las dimensiones antropométricas como por posibles problemas de visión que pueden obligar a usar lentes bifocales.
Igualmente, las alturas de los planos de trabajo y las distancias de alcance necesitan ser menores para adecuarse a la pérdida de estatura. La utilización de mobiliario regulable (sillas, etc.) es especialmente adecuado con trabajadores adultos.
Si bien no es ésta una cuestión todavía cerrada, parece haber evidencias de que la carga física en el trabajo no tiene efectos de entrenamiento para las personas.
Los resultados de los estudios sobre las diferencias en la capacidad musculoesquelética de trabajadores en distintas categorías de trabajo, clasificándolas en función del predominio de carga física, mental o ambos por igual, indicaban que las personas con importante carga física en el trabajo tenían, de forma sistemática, las capacidades musculoesqueléticas más bajas.
La importancia de esta cuestión radica en que contradice una creencia tradicional según la cual el esfuerzo y demandas físicas en el trabajo que se desempeña contribuye a mantener e incrementar la capacidad física.
Unos de los cambios más marcados con el avance de la edad es el enlentecimiento de las actividades sensomotoras, que afecta a los movimientos y reflejos. Respecto a este tema no queda muy claro cuál es la causa fundamental de este enlentecimiento; si cambios en el sistema motor y perceptual, es decir, a nivel periférico, o a cambios en el sistema de procesamiento central.
Esta pérdida de capacidad no parecía guardar relación con alteraciones o cambios en la fisiología o función de los órganos sensoriales o musculares sino a un nlentecimiento en el proceso central, que tienen lugar en el cerebro, al recibir la estimulación que le llega desde los órganos periféricos. Este enlentecimiento da como resultado un retardo en el análisis de los estímulos y en la selección del efector adecuado.
Por tanto, si bien algunas investigaciones apuntan hacia los cambios del sistema del procesamiento central como principales responsables del enlentecimiento de las actividades sensomotoras, cabe suponer que las propias alteraciones de las capacidades musculoesqueléticas contribuyan al resultado final; lentificación de movimientos y reflejos.
Estos decrementos en las capacidades de reacción son compensados en cierta medida por la propia práctica y la experiencia del individuo con aquellas situaciones en las que debe desplegar tales capacidades.
Sin embargo, cuando no es posible compensarlos en su totalidad, pueden constituir un problema para el desempeño del trabajo cuando se quiere conservar el ritmo de producción.
Generalmente hablando, en la mayoría de las tareas en las que, por su contenido y diseño, el desempeño de tales tareas puede verse afectado por la velocidad de respuesta, la gente mayor muestra un marcado enlentecimiento de la respuesta, enlentecimiento que parece tener origen central, más que periférico.
Por ésto, en tareas sin ritmo fijo, los individuos de más edad trabajan a velocidades más lentas pero tienden a hacer gala de una mayor precisión, mientras que en tareas a ritmo, en las que el trabajador no tiene en sus manos la capacidad de alterar la velocidad de trabajo, los problemas de desempeño se manifiestan a edades mucho más tempranas que con tareas sin ritmo fijo.
La capacidad musculoesquelética muestra importantes cambios durante el transcurso de los años.
Se considera que la fuerza muscular alcanza sus máximos valores a finales de la veintena, comenzando, a partir de aquí, a reducirse paulatinamente, pudiendo llegar a significar el decremento de la fuerza muscular un 25% a los 60 años respecto a los 20 años.
Se ha discutido si los decrementos de la fuerza muscular son lineales o no, pero, lo que es evidente y común a todos los estudios es que la capacidad funcional de las personas declina con la edad y que, por término medio y haciendo una aproximación, se sitúa alrededor de un 1 % anual a partir de los 30 años.
El declive de la tasa de la fortaleza muscular durante el envejecimiento no es igual para todos los músculos del aparato locomotor, debido a los efectos de las distintas prácticas y ejercicios de la vida cotidiana y a diferencias en variables estructurales como el tipo de células dominantes entre músculos.
Además, con el incremento de la edad se ve afectada la masa muscular, sufriendo ésta un decremento en la medida que también lo hacen las fibras musculares, tanto en el número de ellas como en su tamaño. La reducción de la masa muscular trae consigo una pérdida de capacidad del sistema cardiovascular que transporta a los músculos el oxígeno que éstos necesitan.
Las funciones de la mano y muñeca se consideran importantes en la medida que afectan a la capacidad para desarrollar conductas muy habituales, como el asimiento y uso de herramientas y máquinas, la manipulación de productos, controles... Con la edad no sólo se ve afectada la fuerza que puede desarrollar la mano, sino también otros aspectos que condicionan la funcionalidad genérica de la mano, como son la precisión, la coordinación, la sensibilidad y la movilidad.
Se produce con la edad una disminución, además de la cantidad de fuerza que puede ejercerse cuando se sujeta algo con la mano, en la duración de los asimientos, es decir, en el tiempo durante el que es posible mantener esa misma presión.
A medida que se envejece, las dimensiones corporales sufren cambios. En general, existe escasez de datos antropométricos de gente de edad avanzada, en especial de medidas antropométricas funcionales.
En edades avanzadas hay una pérdida importante de fibra, lo que genera alteraciones anatómicas y musculares.
Los cambios en el tamaño corporal tienen implicaciones para el diseño de puestos de trabajo pero además han de considerarse otros aspectos interelacionados.
Por ejemplo, el posicionamiento óptimo de las pantallas de visualización debe ser diferente para la gente de edad avanzada, tanto por las dimensiones antropométricas como por posibles problemas de visión que pueden obligar a usar lentes bifocales.
Igualmente, las alturas de los planos de trabajo y las distancias de alcance necesitan ser menores para adecuarse a la pérdida de estatura. La utilización de mobiliario regulable (sillas, etc.) es especialmente adecuado con trabajadores adultos.
Si bien no es ésta una cuestión todavía cerrada, parece haber evidencias de que la carga física en el trabajo no tiene efectos de entrenamiento para las personas.
Los resultados de los estudios sobre las diferencias en la capacidad musculoesquelética de trabajadores en distintas categorías de trabajo, clasificándolas en función del predominio de carga física, mental o ambos por igual, indicaban que las personas con importante carga física en el trabajo tenían, de forma sistemática, las capacidades musculoesqueléticas más bajas.
La importancia de esta cuestión radica en que contradice una creencia tradicional según la cual el esfuerzo y demandas físicas en el trabajo que se desempeña contribuye a mantener e incrementar la capacidad física.
Unos de los cambios más marcados con el avance de la edad es el enlentecimiento de las actividades sensomotoras, que afecta a los movimientos y reflejos. Respecto a este tema no queda muy claro cuál es la causa fundamental de este enlentecimiento; si cambios en el sistema motor y perceptual, es decir, a nivel periférico, o a cambios en el sistema de procesamiento central.
Esta pérdida de capacidad no parecía guardar relación con alteraciones o cambios en la fisiología o función de los órganos sensoriales o musculares sino a un nlentecimiento en el proceso central, que tienen lugar en el cerebro, al recibir la estimulación que le llega desde los órganos periféricos. Este enlentecimiento da como resultado un retardo en el análisis de los estímulos y en la selección del efector adecuado.
Por tanto, si bien algunas investigaciones apuntan hacia los cambios del sistema del procesamiento central como principales responsables del enlentecimiento de las actividades sensomotoras, cabe suponer que las propias alteraciones de las capacidades musculoesqueléticas contribuyan al resultado final; lentificación de movimientos y reflejos.
Estos decrementos en las capacidades de reacción son compensados en cierta medida por la propia práctica y la experiencia del individuo con aquellas situaciones en las que debe desplegar tales capacidades.
Sin embargo, cuando no es posible compensarlos en su totalidad, pueden constituir un problema para el desempeño del trabajo cuando se quiere conservar el ritmo de producción.
Generalmente hablando, en la mayoría de las tareas en las que, por su contenido y diseño, el desempeño de tales tareas puede verse afectado por la velocidad de respuesta, la gente mayor muestra un marcado enlentecimiento de la respuesta, enlentecimiento que parece tener origen central, más que periférico.
Por ésto, en tareas sin ritmo fijo, los individuos de más edad trabajan a velocidades más lentas pero tienden a hacer gala de una mayor precisión, mientras que en tareas a ritmo, en las que el trabajador no tiene en sus manos la capacidad de alterar la velocidad de trabajo, los problemas de desempeño se manifiestan a edades mucho más tempranas que con tareas sin ritmo fijo.
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