A lo largo de la última década, los teléfonos inteligentes
han revolucionado nuestras vidas de formas que van más allá de la mera
comunicación. Además de llamar, enviar mensajes y redactar correos
electrónicos, más de 2.000 millones de personas en todo el mundo emplean estos
dispositivos para navegar, reservar taxis, comparar opiniones y precios de
productos, seguir las noticias, ver películas, escuchar música, jugar a
videojuegos, rememorar vacaciones y, no menos importante, participar en redes
sociales.
Resulta indiscutible que la
tecnología de los smartphones ha
aportado muchos beneficios a la sociedad, como permitir a millones de personas
sin acceso a los bancos llevar a cabo transacciones financieras, por ejemplo, o
permitir a los rescatistas en zonas de desastre determinar de forma precisa
dónde se necesita su ayuda con más urgencia. Hay aplicaciones que permiten a
los usuarios de los teléfonos inteligentes supervisar cuánto caminan durante el
día y la calidad de sueño por la noche. Nuevas aplicaciones de la tecnología
emergen aparentemente a diario: ahora, tu smartphone puede
estar al día de la higiene dental de tus hijos cronometrando cuánto tiempo se
cepillan los dientes con cepillos con Bluetooth. (Mi mujer y yo decidimos que
esto era demasiado.)
Sin embargo, estos beneficios parecen
pasar una alta factura a nuestras vidas mentales y sociales. La constante
conexión y el acceso a la información que proporcionan los teléfonos
inteligentes han convertido los dispositivos en una especie de droga para
cientos de millones de usuarios. Los científicos acaban de empezar a investigar
este fenómeno, pero sus estudios sugieren que estamos cada vez más distraídos,
pasamos menos tiempo en el mundo real y nos internamos más en un mundo virtual.
El poder que ejercen sobre nosotros
es manifiestamente evidente en nuestros hábitos y comportamientos cotidianos.
Recordar direcciones es cosa del pasado: habitualmente, contamos con nuestros
teléfonos para desplazarnos a cualquier parte, incluso a destinos que ya hemos
visitado varias veces. Los usuarios más compulsivos mantienen sus smartphones a poca distancia todo
el tiempo y los cogen hasta cuando se desvelan en plena noche. En aeropuertos,
campus universitarios, centros comerciales o pasos de cebra —casi cualquier
lugar público—, la imagen más habitual de nuestra era es la de personas con la
cabeza agachada, mirando con atención sus teléfonos. Si ves a alguien en una
cafetería bebiendo un café mientras miran por la ventana, es poco probable que
estén disfrutando de un momento de tranquilidad, y más probable que su
dispositivo se haya quedado sin batería.
El uso de los teléfonos inteligentes
ha cambiado la geografía de nuestras mentes y creado una vía de salida para
cualquier idea propia que podamos tener. «Lo que he observado en los últimos
seis a ocho años es un enorme cambio de paradigma: gran parte de los recursos
de atención que dedicamos a nuestro ecosistema personal han pasado a lo
virtual», afirma Larry Rosen, profesor emérito de psicología en la Universidad
del Estado de California en Domínguez Hills y coautor de The Distracted Mind: Ancient Brains in a Hi-Tech
World. «Esto significa que no accedes a lo que está frente a
ti. Lo vemos con los padres, no se centran en sus hijos. Ni siquiera se centran
en lo que ven en la tele, porque atienden a una segunda pantalla. Afecta a todos
los aspectos de nuestras vidas y, tristemente, no creo que la situación haya
alcanzado su peor momento».
Los investigadores han empezado a
documentar el impacto de los smartphones en
nuestra capacidad de concentración. En un estudio, Adrian Ward, psicólogo de la
Universidad de Texas en Austin, y sus colegas dieron a 800 participantes dos
tareas mentales difíciles: resolver un problema matemático mientras memorizaban
una secuencia de letras aleatoria y seleccionar una imagen entre varias
opciones para completar un patrón visual. Se pidió a algunos participantes que
dejasen su teléfono en otra sala, mientras que a otros se les permitió
llevárselos en los bolsillos. Con todo, algunos participantes colocaron sus smartphones sobre la mesa, frente
a ellos. Aunque los teléfonos no desempeñaban un papel en las tareas, el acceso
a estos afectaba al desempeño de los participantes. Los que dejaban el teléfono
en otra sala obtuvieron los mejores resultados. Los que los tenían frente a
ellos, los peores. Pero incluso quienes tenían los teléfonos en los bolsillos
mostraban una capacidad cognitiva menor.
A los investigadores les preocupa que
la adicción a los smartphones embote
las capacidades de lectura y comprensión de textos de los usuarios más jóvenes,
lo que a su vez podría tener impactos indeseados en su pensamiento crítico.
Estas preocupaciones se basan en los resultados de estudios como el que llevó a
cabo la psicóloga Anne Mangen y sus colegas de la Universidad de Stavanger, en
Noruega. Dividieron a 72 alumnos de cuarto de la ESO en dos grupos y pidieron a
un grupo que leyera dos textos en papel y al otro que leyera esos mismos textos
en PDF en una pantalla. Los que leyeron en versión impresa mostraron un mejor
desempeño en comprensión lectora que los lectores digitales.
Otro estudio, llevado a cabo por la
Universidad de la Columbia Británica, respalda lo que muchos hemos concluido a partir
de experiencias personales: el uso de teléfonos inteligentes puede tener
efectos adversos en las interacciones sociales en el mundo real.
La razón de que sea tan difícil dejar nuestros teléfonos
móviles, incluso a la hora de comer, es difícil de comprender. «Se sabe que, si
quieres que una persona esté comprometida, puedes darle una recompensa en
momentos variables», explica Ethan Kross, psicólogo de la Universidad de
Míchigan en Ann Arbor. «Resulta que eso es precisamente lo que hacen las redes
sociales. No sabes cuándo tendrás un “me gusta” nuevo ni cuándo recibirás el
siguiente correo electrónico, por eso sigues comprobándolo».
Parte de la culpa es de las
notificaciones, que pueden apagarse. Otro factor es «las inquietudes que están
en tu cabeza», afirma Rosen, y estas también pueden abordarse con métodos como la
meditación y la atención plena (también denominada mindfulness).
Un tercer factor más insidioso, según Rosen, es la forma en que las empresas
tecnológicas han «orquestado minuciosamente sus aplicaciones y páginas web para
que las mires, para que sigas ahí y sigas volviendo».
Rosen admite estar enganchado. Como
adicto a las noticias, abre constantemente Apple News en su teléfono. «La mayor
parte del tiempo no hay nada nuevo, pero, de vez en cuando, aparece una
historia nueva y me aporta un refuerzo positivo para hacerlo con más
frecuencia», afirma.
Saber vivir con tecnología sin
rendirse a ella podría ser uno de los mayores retos a los que nos enfrentemos
en la era digital. «Estamos intentando ponernos al día», afirma Kross, que
describe el universo vivencial abierto por los smartphones un
nuevo ecosistema al que aún nos estamos adaptando. «Hay formas útiles y
perjudiciales de navegar por el mundo offline,
y ocurre lo mismo en el mundo digital».
Este
artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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